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Nivel A - Principiantes

Juego nº 2A: Tu quoque, Brute, filii mei!

 

Entre estas monedas se encuentra el denario de Bruto que conmemora el asesinato de Julio César. El resto de monedas son inventadas.

Encuentra dicho denario.

 

 

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   Los Idus de Marzo  

César había sido magnánimo y generoso con los senadores pompeyanos. No hubo ejecuciones, ni confiscaciones de bienes, ni prisión para ellos. Ni siquiera les expulsó de sus cargos públicos. No les temía ni le preocupaban, lo que sería un error, pues éstos aún tenían fe en la restauración de la República y veían en la persona de César el fin de todas sus aspiraciones.

Marco Antonio había presentado por tres veces a César la corona real y éste la había rechazado otras tantas. Sin embargo se había proclamado dictador perpetuo y pontífice máximo, y había aprobado varias leyes que concentraban el poder en sus manos. Pronto comenzaron las conspiraciones y se prepararía una conjura para asesinarle.

 

Se presentaba la última oportunidad antes de que el dictador partiera a Oriente para luchar contra los partos, y aparentemente sería fácil ya que éste no tenía una guardia que le protegiera. Pensó que no podía pasearse por Roma rodeado de guardias y había disuelto su escolta.

Los líderes de la conjura fueron Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto.

Casio odiaba a muerte a César a pesar de que éste le había perdonado tras la batalla de Farsalia y le había mantenido sus privilegios políticos y su hacienda. Sin embargo, Casio no era probablemente el hombre adecuado para ser la cabeza visible de este acto y se acordó tantear a Bruto.

 

Bruto era el hijo de Servilia, la amante de César, que había sido rechazada por éste tras su regreso a Roma. César siempre le trató como a su propio hijo, otorgándole cargos y riquezas. Le favoreció al máximo y le perdonó todas sus traiciones, pues Bruto se había decantado del lado de Pompeyo en la guerra civil. Bruto era además sobrino de Catón y nieto del infame Servilio Cepión, el general romano que se apropió del famoso Tesoro de Tolosa capturado en las Galias, que doblaba al estatal romano, y que envió a la capital para después robarlo en el camino, asesinando a la cohorte que lo custodiaba. Era por tanto un hombre inmensamente rico y bien situado pero fue seducido por los conjurados y por su madre, que apelaron además a su apellido y a sus antepasados. El primero de los Bruto, Lucio Junio Bruto, dirigió la expulsión del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, en 509 a.C. y fundó la República. ¿Quién mejor que él para asesinar al tirano y restaurar la República?

El nombre de Bruto atrajo varias adhesiones valiosas como la de Décimo Junio Bruto Albino, un familiar del dictador en quien éste tenía entera confianza. No fueron dos ni tres los involucrados. De acuerdo con Eutropio y Suetonio, al menos sesenta senadores participaron en el magnicidio.

Se decidió atentar contra César en el pleno del Senado. De este modo se esperaba que su muerte no pareciera una emboscada, sino un acto público para la salvación de la patria, esperando además que el resto de senadores declarasen inmediatamente su solidaridad.

El Senado estaba convocado en los idus de marzo (15 de marzo del año 44 a.C.), sesión en la que debía tratarse la expedición contra los partos. César iba a concurrir al Senado a pesar de los ruegos de su esposa Calpurnia para que no lo hiciera. Durante la noche, había tenido un sueño premonitorio en el que éste era asesinado. Además de la advertencia de su esposa, días antes, César se había cruzado en el foro con un famoso adivino ciego, de nombre Espurino, que le dijo: -"¡César, guárdate de los idus de marzo!".

Aun así, el dictador se encaminó hacia la Curia del teatro de Pompeyo, el lugar donde se reunía el Senado desde el incendio de la Curia Hostilia. Al llegar a la plaza de la Curia se encontró de nuevo con el adivino Espurino y en tono jocoso le dijo: -"¡Ya están aquí los Idus de Marzo!".

-"Sí, César, pero todavía no han pasado". -contestó el augur con gesto compasivo.

Las palabras de aviso del adivino y de su mujer no fueron las únicas que escuchó César. Vaticinios aparte, hubo una advertencia seria que desgraciadamente no atendió el dictador. Un griego llamado Artemidoro oyó conversaciones entre los conjurados y fue a avisar a César la mañana de los idus, pero no era fácil el acceso al amo de Roma. A la puerta de su casa había una multitud de peticionarios esperando que saliese para entregarle sus demandas. Artemidoro puso por escrito lo que sabía de la conspiración incluyendo los nombres de los conjurados y logró entregarle el rollo de pergamino antes de que entrara a la Curia, rogándole que lo leyera, pero éste no se detuvo y entró sin leerlo.

En ese momento, el senador Trebonio, uno de los conjurados, se llevó fuera a Marco Antonio con el pretexto de contarle algo importante. Así quitaban de en medio a su lugarteniente más fiel y a un magnífico soldado, el único que hubiera podido defenderle.

El senador Cimbro se acercó a César con la excusa de implorarle el perdón para su hermano desterrado, arrojándose de rodillas a sus pies. Los demás conjurados se acercaron para apoyar la petición, rodeándole. Entonces Cimbro agarró la toga de César para inmovilizarle. César le espetó furiosamente: -Ista quidem vis est?, (¿Qué violencia es ésta?)- En ese momento, el senador Casca, que estaba situado a su espalda, sacó un puñal de su toga y le asestó la primera puñalada. César se giró y le clavó en el brazo el stylus (instrumento de escritura) que tenía en la mano. El resto de asesinos se abalanzaron entonces sobre César apuñalándole de forma casi ritual, pues todos debían participar, según Plutarco. La mayoría de las heridas no eran mortales, pues al fin y al cabo no eran asesinos profesionales y les fallaba la mano, lo que hizo también que en el tumulto varios conjurados resultasen heridos por sus propios compañeros.

César aún tuvo fuerzas para empujarles y pronunciar unas palabras de incredulidad al ver a Bruto con un puñal en la mano. Entonces, según Suetonio, al verse blanco de innumerables puñales que contra él se blandían de todas partes, se cubrió el rostro con la toga e hizo descender sus pliegues hasta cubrirse las piernas para morir con más dignidad.

No hay acuerdo sobre cuáles fueron sus últimas palabras. Plutarco nos cuenta que no dijo nada, mientras que Suetonio afirma que César dijo en griego: -Kai sy, teknon? (¿tú también, hijo mío?), que posteriormente se latinizó en la famosa frase: Tu quoque, Brute, filii mei! (¡Tú también, Bruto, hijo mío!).

El gran Julio César, a los 56 años, cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo que presidía la Curia, su antiguo amigo y luego rival, que desde su pedestal ensangrentado parecía presenciar la venganza sobre su enemigo.

César recibió 23 puñaladas de las que, si creemos a Suetonio, solamente una, la segunda recibida en el tórax, fue la mortal. Entretanto, los senadores no envueltos en la trama huían aterrorizados, hecho que no entraba en el plan de los conjurados, que pretendían ser aclamados en el acto como salvadores de la República.

Pronto se vio que la población amaba a César. En su funeral, después de que Antonio pronunciara su panegírico (elogio fúnebre), la muchedumbre que se acumulaba en el foro prendió fuego a la pira de César arrojando a las llamas todo lo que encontraba a su paso, y así estuvo ardiendo durante días.

El 17 de marzo el Senado se reunió de forma urgente para tratar la crítica situación del estado a raíz del magnicidio. El poder recayó sobre el cónsul Marco Antonio, se redistribuyó el gobierno de las provincias y se declaró una amnistía por la cual los asesinos no eran castigados y, a su vez, no se condenaba ni la persona ni la obra de César.

Sin embargo, su testamento cambiaría las cosas. César nombraba en él a su sobrino nieto Octaviano como sucesor suyo. Cuando el testamento se hizo público, Marco Antonio declaró abolida la dictadura, no reconociendo a Octaviano como heredero político de César. Éste regresó a Roma para hacer valer sus derechos y recibió el apoyo de Marco Tulio Cicerón y los demás senadores republicanos, que vieron en él la oportunidad de acabar con Marco Antonio. Todo ello desembocó en el 43 a.C. en un enfrentamiento armado en Módena, en el que Marco Antonio fue derrotado. Octaviano se hizo con el control de varias legiones y forzó al Senado a nombrarle cónsul. Desde su nueva posición de fuerza, estuvo en condiciones de separarse de la tutela de los republicanos e iniciar una trayectoria propia en el grupo de los cesarianos. Hizo promulgar una ley contra los asesinos de César revocando con ello la amnistía del 17 de marzo del año anterior. Rehabilitó políticamente a importantes cesarianos, entre los que se encontraban Marco Emilio Lépido y el propio Marco Antonio, y negociaría con ambos creándose el Segundo Triunvirato (Bolonia, 11 de noviembre del 43 a.C.). La guerra de Módena urdida por Cicerón terminó dando resultados contrarios a los deseados.

Para entonces, los líderes de la conspiración se hallaban dispersos por el Imperio: Bruto en Macedonia, Casio en Siria y Décimo Bruto en la Galia Cisalpina.

Comenzó la persecución de los republicanos, en la que se confiscaron propiedades y se ejecutó a unos 300 senadores, entre ellos Marco Tulio Cicerón, y al menos dos mil équites (ciudadanos romanos pertenecientes a una clase intermedia entre los patricios y los plebeyos, y que servían en el Ejército a caballo). La campaña, más que perseguir a los asesinos de César, trató de eliminar a todos los adversarios políticos y conseguir fondos para pagar a las legiones que habrían de luchar en breve. La muerte de César, lejos de restablecer la antigua legalidad republicana, avivó de nuevo la guerra civil en Roma.

En el 42 a.C., Octaviano y Marco Antonio marcharon hacia Macedonia contra Bruto y Casio, permaneciendo el Roma el triunviro Lépido. La Batalla de Filipos se desarrolló en dos fases. El 3 de octubre Bruto logró vencer a Octaviano, pero Casio fue derrotado por Marco Antonio y se suicidó sin saber de la victoria de su aliado. El 23 de octubre Bruto fue derrotado y a punto de ser capturado también se suicidó arrojándose sobre su espada. Marco Antonio honró su cadáver mientras que Octaviano le hizo cortar la cabeza y la envió a Roma para arrojarla a los pies de la estatua de César.

Ese mismo año, el Senado proclamó dios a César, construyéndose en el lugar de su cremación un templo en su honor y memoria: el templo de Divus Iulius. A partir de entonces esto se convertiría en costumbre y muchos emperadores fueron deificados a su muerte.

La conspiración y el magnicidio se revelaron a la postre inútiles, pues dieron paso al establecimiento definitivo de un sistema autocrático en la persona de Octaviano, ahora Augusto.

 
Áureo de Bruto. Calicò 58, Crawford -- (Foto cortesía de: Romancoins.info)
 

Durante su estancia en Macedonia, entre los años 43 y 42 a.C., Bruto ordenó acuñar unas monedas que han quedado para la Historia por lo sorprendente de su diseño. Se trata de un áureo y un denario que conmemoran nada menos que el infame asesinato de César. Con estas monedas, lejos de arrepentirse, Bruto se reafirmaba como libertador de los romanos y salvador de la República. Los motivos de ambas monedas son los mismos. En el anverso vemos representada la cabeza desnuda de Bruto, barbada y mirando hacia la derecha, rodeada por la leyenda BRVT[us] IMP[erator] PLAET[orius] CEST[ianus].

El reverso no puede dejarnos mas que perplejos. Rodeados por la leyenda EID[us] MAR[tiae] (idus de marzo) tenemos un pileus (píleo, gorro que simboliza la libertad) entre dos puñales o dagas, símbolos con los que Bruto intentaba justificar lo injustificable.

 
Denario de Bruto. Crawford 508/3 (Foto cortesía de: CNG, subasta 66, lote 1326, 19-05-2004)

 


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